Sí. Yo he hecho promesas electorales. Pero no cualquier promesa. Su particularidad reside en que no es una promesa de político, sino de elector.

Confieso que la hice embriagado por ese sentimiento arcaico, atávico y sin duda peligroso que es el orgullo patrio.

Para la única vez que me siento orgulloso de ser colombiano, voy y la embarro de forma monumental. Porque es lógico que los electores nos olvidemos de las promesas de los políticos, pero ellos no se olvidan de las nuestras. Y ahí es donde está el peligro, que me pueden reclamar el cumplimiento de esa promesa.

En 2006 después de una conferencia en Barcelona le confesé a Antanas Mockus que él era el blanco de los celos de mi marido, porque él sería el único hombre por quien yo volvería a Colombia en el caso de que llegase a ser presidente.

Mi marido ha superado el ataque de celos. En un alarde de pragmatismo no le importa el motivo del regreso, sino el hecho de vivir en Bogotá como siempre ha querido.

Espero que Antanas no se acuerde de mi promesa, y si lo hace sea para nombrarme embajador de Colombia en la República de Catalombia. Ese sería el único cargo que yo aceptaría.

Volver

dissabte, d’abril 03, 2010

Me asaltan con una pregunta incómoda. Requieren mi opinión sobre el retorno a la patria chica.

La primera respuesta, casi que instintiva, es no. Para mí, el retorno al terruño es casi sinónimo de fracaso. Al menos por ahora. Y no es que yo crea que estar lejos de casa sea un triunfo. ¿Qué es un triunfo? ¿Una foto junto al cohce último modelo? ¿Un pasaporte nuevo? ¿Una hipoteca a 30 años? ¿Un título y una profesión de lustre?

Insisto, para mí triunfar es desarraigarse de Colombia, destruir toda esa costra clasista con que nos han criado. Vivir no solo en un país, si no en varios. Verse obligado a untarse de otras personas, otras costumbres y otras voces, independientemente de que sean aún más pueblerinas que las que abandonamos en el terruño cundiboyaco.

Y todo para volver un día, ya octogenarios y podernos encerrar para evadirnos de la realidad, opio mediante.

Pero yo me he quedado en el primer salto. Por comodidad, no puedo negarlo. Así, que por el momento soy un mediocre ejemplo de lo que considero triunfo. Pero eso tiene arreglo, y no es precisamente la independencia de Cataluña.

Volver, aunque doloroso al principio, es la solución más sencilla y cómoda para muchos. Así que el único consejo que puedo dar es que se procure vivir, que no pernoctar, en donde se esté, por mucho que ese lugar de paso sea hostil y requiera de un esfuerzo.

Sé, que como todo consejo, éste es inútil y vano.