dijous, d’abril 01, 2004


e-Pistolas

Ref: Mi Noche con Chavela


De: MSN
Primero salió la negra, la llamada Negra Grande de Colombia. No entiendo, jamás lo he entendido, por qué alguien del Pacífico viste trajes guajiros. Será por eso que no los luce. Tampoco supe por qué una voz armoniosa y llena de timbres se acompañaba de guitarras eléctricas y deplorables arreglos musicales.

Hoy, cuando La Negra prácticamente se ha extinguido, veo con dolor que había podido ser la mejor cantante de jazz de este país.

Luego vino él. ÉL. Las mujeres sorprendimos a los empresarios, a los maridos, a los desprevenidos con nuestra contenida fascinación. El Cigala los impresionó a ellos y nos cantó a nosotras. Y por loco que esté y por ciegos que sean, ya deben saber que lo queremos escuchar de nuevo. Ese hombre canta en femenino.

En un intermedio, tan fugaz como sonoro, zapateó ella. Mal traje, pésima coreografía, pero era ella –Sara Baras– y taconeaba con una fuerza que no olvidaremos quienes la vimos. Hasta allí, ella era un reto a lo varonil y un presagio indescifrable. Más tarde fue toda la dulzura y la humildad.

Finalmente entró Chavela. El poncho rojo con líneas blancas, la versión más sobria del exuberante colorido mexicano. Todos de pie. Y esa mujer canosa, arrugada, de manos más antiguas que el mezcal, se acercó al micrófono y lo reventó. Esa voz era la que suponíamos, por la que estábamos allí. Pero incluso quien más la conocía, quien la había oído en su radio o en sus discos desde que pudiera recordar, ninguno la esperaba así. Lo dijo ella, casi al terminar: “Les propongo que repitamos este concierto. A ver si alguien lo puede hacer mejor”.

Se lo cantó todo, no por la cantidad– que sin duda habría sido mayor si hubiésemos estado en una cantina o en una fonda o en casa de sus amigos–, sino por el gusto con que lo hizo. Esa boca, reseca por el alcohol, que paladea y a la vez no puede pronunciar lo que agita el alma; ese gesto que arranca lleno de vigor y se detiene como nos detiene el deseo cuando es tan poderoso; esa risa, esos ojos, esas líneas que arrugan el contorno de su boca; esa mirada que se regodea en su propia perversión; ese canto que dice “Soledad, soledad mía”, y pocos entendemos cuánto de súplica y cuánto de biografía se mezclan en esas líneas… Pasan las canciones, entre ellas sus divertimentos, y todos deseamos más, pedimos más, sabemos que en el momento en que deje de cantar estaremos desvalidos, más perdidos de lo que estábamos antes de encontrarla. Ella, en cambio, volverá a ser feliz en Bogotá, por una noche al menos. Se irá de vuelta a su difícil vida, a su entramado de multitud y silencio, a su vejez que transcurre con mayor certeza que la de tantos otros preocupados por la correcta actitud, por la “salud”, angustiados de muerte.

No sé cuántos recordaremos esta noche como un acto fundacional. Y es que hay cosas que nos superan, que van más allá de nosotros, son las que no se olvidan.


MSN

Nota:
Sólo me queda por decir que envidio profundamente tanto aquienes han tenido el privilegio de oir a Chavela como quienes han cantado a duo con ella.

Imprímase y cumplase