Ese día Francisquito creyó ver La Luz al final del túnel. Pero no hubo tal, detrás del cegador resplandor inicial se ocultaba un infinito y frío gris, como si fuese el preludio de un eterno NODO.
A su paso salió José Antonio: “Bienvenido Caudillo, te estábamos esperando, déjame y te presento a unos amigos que han venido a recibirte y a celebrar mis primeros 39 años en la eternidad”.
Así fueron desfilando uno a uno Don Pelayo, Isabel La Católica y su prole, Tomás de Torquemada y Alejandro VI representando a su querida Inquisición, Lope de Aguirre y Francisco Pizarro encabezaban la comitiva de conquistadores sin fronteras (CSF), y por último recibio el efusivo saludo de sus colegas: Sanjurjo, Mola, Millán Astray y la cabra de la Legión.
En este punto Francisquito ya tenía la certidumbre de haber llegado donde tenía que llegar, pero todavía no veía por parte alguna a los dueños del local o sus representantes.
Con la expectante ilusión de ver frente a frente a San Ignacio de Loyola o San Francisco Javier, dejó con la palabra en la boca al Almirante Carrero Blanco y se aventuró en el denso gris hasta no oír el alboroto que había despertado su llegada.
En un recodo gris plomo, no podía ser otro, se topó con Adolfo y Benito, que displicentes se dieron a la fuga, pero él prefirió pensar que ese desplante de sus antiguos amigos era producto de la envídiaque despertaba el hecho de haber convertido a España en la Reserva Moral de Occidente (RMO). Indignado y dolido apretó el paso en dirección del lejano rumor de jolgorio que se adivinaba en la espesura.
No podía esperar más, sabía que era ya imposible el infarto y quería estar presente al frente de esa ininteligible algarabía. Y llegó, pero lo que sus ojos vieron no lo alcanzó a asimilar su alma.
Stalin, Lenin, Marx, Trosky, Bakunin, Pablo Iglesias, Alcalá Zamora, Manuel Azaña, Lluis Compayns, entre otros celebraban el aniversario 39 de la llegada de Buenaventura Durruti.
Creyó que se había perdido en el camino y había llegado al infierno a causa de una conspiración judeo-masónica, pero el vez avanzar hacia él a Santa Teresa de Jesús reclamándole su brazo incorrupto le confirmo la peor de todas las blasfemias: No existe el cielo, no existe el infierno, solo existe la nada. Y la nada es gris, gris como él, gris como su NODO.
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