Optica y cuántica

dimarts, d’abril 05, 2016

Según la teoría óptica, una apertura mínima permite tener la máxima profundidad de campo, es decir la máxima definición de detalle de la realidad que está fuera de la caja mágica.

 Durante meses la apertura de mi diafragma mental se ha ido estrechando hasta convertir esta caja mágica en una caja negra. Y ahora que he dejado de ser el gato Rétiz para ser el gato de Schrodinger solo tengo la certeza de no saber si estoy vivo o estoy muerto.

Una bomba

diumenge, d’octubre 04, 2015

Despierto con una nata, una nata intensa que envuelve todo mi cerebro. Suelo despertar así siempre, me toma un par de horas para tener la mínima claridad mental.

Hoy ha sido diferente, miro por la ventana y veo un día gris, el gris plomizo que amenaza lluvia. Contengo el llanto como si con ese gesto fuese a borrar las imágenes del entresueño o evitar que el diluvio anegara todo con esa sed de justicia vengativa del dios del viejo testamento.

He tardado años en entender el verdadero papel que me ha sido otorgado. He confundido la buena educación, la compasión e incluso la culpa con la lealtad o la honestidad. Nadie hace nada por nadie, solo somos necesarios como fichas de una balanza para que otros se sientan buenos.

Todo tiene un tono perverso que roza en lo inverosímil. Solo es cuestión de tiempo en ser aparcado a un lado y sepultado por un montón de razones, es lo que tienen los monstruos del bien, su dialéctica es implacable.

Lejos de casa, lejos de quienes son incondicionales en su amor, solo quiero corresponder a esa insensatez que solo la da el instinto materno, porque aquí ya no hay nada que hacer.


No razones

dimecres, de setembre 30, 2015

No es por economía. Tampoco para huir de la soledad. No necesariamente por sexo. Jamás por costumbre o comodidad. Mucho menos por aparentar. Menos aún por bondad, compasión o culpa.

Razones no hay. Tampoco sumas y restas. Ni sacrificios, ni concesiones, ni súplicas, ni exigencias, ni esfuerzos. Solo voluntad de estar, por confianza, por complicidad, por tener un lugar en el mundo donde ser libre, donde la palabra valga y la lealtad deje de ser una palabra para ser algo tan denso como el peso de tu cuerpo sobre el mío.

Ese delgado hilo que nos une, qué frágil pueda parecer, no lo es porque no está hecho de belleza, erudicción o pasión, ni de palabras, poemas o canciones que se desgastan cuando se usan de amante en amante.

La fuerza solo procede del deseo de una mirada sin reproche, sin rencor, una mirada que sepa que el deseo pasa, la pasión mengua y las razones se desdibujan, una mirada que resuma la vida antes de consumirse en la oscuridad. Esa es mi dictadura de la mirada, vivir solo para ese destello.

Yo, que soy chamizo y desearía ser bambú, solo puedo dejar que el tiempo haga su trabajo y que tu me rompas o me doblegues cuando un día digas que me has dejado de amar.



El abismo

dilluns, de setembre 28, 2015

Soy melodramático. Reflejo la realidad con un tris de énfasis. Es la forma que tengo de darle emoción al análisis frío y racional que domina mi escena interior.

Así cuando digo que todo se ha ido a la mierda y que ya el daño está hecho mis interlocutores me miran asombrados.

Soy poco dado a las especulaciones, prefiero los datos, los casos concretos. No soy un observador de la realidad, soy una víctima, un protagonista impotente al que solo la wikipedia le da a veces la razón, que es lo más inútil que se pueda esgrimir ante la indolente realidad.

La 'fiesta de la democracia' de hoy no es fiesta ni es democracia. La democracia no existe, como tampoco existe el amor. Conceptos vagos y efímeros que nos permiten levantarnos día a día a enfrentar la mierda de vida que nos ha tocado padecer. No hay heroísmo, no hay bondad, solo mezquinos intereses.

No decidimos nada, ya otros han decidido por nosotros. Ya hace tiempo otros han decidido ejecutar la manipulación de nuestros más atávicos sentimientos, los de pertenencia. Pertenecer a un alma gemela, a una familia, a una tribu, a una patria.

Yo, que no tengo de eso, que padezco una horfandad vital,  que no tengo nada a lo que asirme aquí ni allá, y que lo poco que tengo lo consume el tiempo a miles de kilómetros de distancia, me siento entre maravillado y asqueado ante el abismo que presiento.

Ceguera o muerte

diumenge, de març 08, 2015

Hoy me han llevado a la exposición de Sophie Calle en la Virreina de Barcelona. Me ha conmovido y me ha cabreado conmigo mismo. Cuando me sucede esto suelo escribirle a Marta Segura un par de palabras en un correo electrónico. Frases en teoría inconexas que ella en su sabiduría interpreta como un parte meteorológico de mi estado de ánimo.

Es mi forma burda de decirle que este desagradecido emigrante aún está vivo y que le extraño, mucho. Cada vez más.

Me consuela imaginar su sonrisa al abrir el correo, su suspiro benévolo tras susurrar ¡Ay Maurito!

Me excita pensar en todo lo que podríamos decir de la exposición, más allá de los formalismos, más allá del entretenimiento de una tarde de domingo que hay que llenar.

Tras un largo silencio habríamos salido sin reparar en otras exposiciones a tomar un té y proceder a explotar cada una de las bombas emocionales con las que estaba trufada la exposición.

La ceguera, nuestra ceguera, la ceguera de los otros. Lo que no vemos, lo que se nos oculta o lo que no queremos ver. Igual da, todo es ceguera, menos el amor. El amor no es ciego aunque los cursis lo repitan. Es el enamoramiento el que es ciego. El amor, por el contrario, todo lo ve, tanto ve que incluso ve asechar al desamor que vuelve a ser ciego.

La fuerza de la imagen frente a la palabra, o de la palabra frente a la imagen. Ni palabra, ni imagen: El sonido del mar, el sabor de la lágrima, el viento en la cara, ante la oscuridad total. La emoción de sentir la inmensidad de lo que de forma incesante viene y se va. Sí, imagen y palabra, las dos, ¡qué coño!, que Sophie Calle va más allá.

Y ya a estas alturas con la intensidad que nos caracteriza yo defendería la muerte como la gran ceguera, la final, la que no permite recuerdo, ni imaginación, sólo una última imagen que solo los suicidas tienen el placer de elegir. Y Marta, con su suave voz diría que no hay tal, que la muerte es un leve pestañeo, tras el cual otra luz nos liberará de este limitado mundo de sufrimiento y oscuridad.

Como prueba ella se abstendría de recitar algunos milenarios versos en sanscrito, para enfrentarme al inicio de la exposición, donde ciegos de nacimiento describen qué es para ellos la belleza.

Y yo no tendría más remedio que acudir a un "¿te acuerdas del INCI?" como treta para obtener esa mirada cómplice y desactivar el dilema misticismo - racionalidad y dejar paso a esa mirada suave que me reconforta.