Una bomba

diumenge, d’octubre 04, 2015

Despierto con una nata, una nata intensa que envuelve todo mi cerebro. Suelo despertar así siempre, me toma un par de horas para tener la mínima claridad mental.

Hoy ha sido diferente, miro por la ventana y veo un día gris, el gris plomizo que amenaza lluvia. Contengo el llanto como si con ese gesto fuese a borrar las imágenes del entresueño o evitar que el diluvio anegara todo con esa sed de justicia vengativa del dios del viejo testamento.

He tardado años en entender el verdadero papel que me ha sido otorgado. He confundido la buena educación, la compasión e incluso la culpa con la lealtad o la honestidad. Nadie hace nada por nadie, solo somos necesarios como fichas de una balanza para que otros se sientan buenos.

Todo tiene un tono perverso que roza en lo inverosímil. Solo es cuestión de tiempo en ser aparcado a un lado y sepultado por un montón de razones, es lo que tienen los monstruos del bien, su dialéctica es implacable.

Lejos de casa, lejos de quienes son incondicionales en su amor, solo quiero corresponder a esa insensatez que solo la da el instinto materno, porque aquí ya no hay nada que hacer.