Gracias a Dios, ya vé

dimarts, de febrer 24, 2009


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Terapia

dilluns, de febrer 09, 2009

Eran sábados de lluvia en un colegio diferente al mio. Mi madre quería discreción para preservar mi cupo en los Maristas. Eran tiempos en los que no tener padre reconocido significaba no poder estudiar en reputados colegios religiosos. 

No recuerdo cuentas sesiones fueron, pero fueron pocas, no sé si convencí a mi madre, al psicólogo, o a los dos, que no era necesario darle tanta importancia al asunto. Tener que ver a escondidas a mi padre empezó como una aventura y terminó por ser una rito que aún practico. Ser hijo natural era para mi eso, ni más, ni menos.

Años después, ya en la universidad, Marta me convenció que asistiera a una terapia con un reputado psicoanalista argentino, esposo de la profesora de realización. Ella, devota de Freud y de Estanislao Zuleta era partidaria de las terapias como catarsis creadora. Y se ofreció a pagarme el tratamiento.

Fui un par de veces, casi a media noche. Recuerdo el enorme caucho enfrente de esa casa de la 92 con 9a. Una casa californiana de ladrillo blanco. Una casa en la que me hubiera gustado vivir para poder recordar los domingos luminosos con ajiaco y visita de los abuelos. No volví, el armario era más cómodo que el laberinto. Me convencí que mi amor no necesitaba explicaciones. Me hubiese sido más útil haber contado con una loca brava como consejera que con un Lacaniano egocéntrico. 

Ir a terapia sigue siendo para mi estar en la entrada de una cueva laberíntica. El trabajo del terapista es mandarte al fondo de ella y luego sacarte a punta de dolor y/o sustancias químicas, para luego decirte lo bien que se está afuera, a plena luz del día. 

Desde niño mi única terapia ha sido el escape. Huir del confesor, del psicologo, de la visitadora social o del psiquiatra y echarme en brazos de Saint-Ex, Whitman o Pessoa. Tal vez vaya siendo hora de un cambio.

Por fortuna me acogen sus brazos. Y además tenemos una bella biblioteca.

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Olas de Jattín

diumenge, de febrer 01, 2009


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A veces tomo fotos para publicar en el blog. La mayoría de veces se quedan haciendo cola frente al Departamento de Procastinación de ésta República.

Hay una ley no escrita aquí, que como toda norma, me la salto cada vez que quiero. Veo el pasado solo en términos de futuro, porque sé que un día la memoria me abandonará y me gusta imaginar que sería lo que recuerdo.

Recuerdo que esta foto la tomé hace un año en Cartagena durante el HAY Festival, ese evento de onanístico clasismo al cual deseamos no volver.

Tú estabas en el hotel trabajando y yo salí por tus cigarrillos. A medio camino me acordé que había visto a Gómez Jattin encaramado en un castillo de hojalata, custodiando una de esas obras que han ido carcomiendo a Cartagena hasta convertirla en esa fría, pero fotogénica- Disneylandia tropical y colonial. Ahí estaba esta foto, tomada a costa de tu impaciente pregunta por mi tardanza.

Al otro día, creo, William nos mostró el parque donde vivía Gómez Jattin, y entre los elogios al poeta, la idea de que a él no le habrían dejado franquear las puertas ni del Teatro Heredia, ni del Claustro de Santo Domingo, fué la que mejor nos dibujó el Festival.


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