dimarts, de juliol 18, 2006




Las Hermanas Retiz Pinzón

dimarts, de juliol 11, 2006


Modelos: Mema, Concha y Paca
Vestidos: Carmelita Pinzón
Fotógrafo: Efraín Sánchez
Año: 1.928 CA
Locación: Villa de Leyva-Boyacá-Colombia

Alemania 1974

divendres, de juliol 07, 2006

Ese año el diablo para mi abuelo era Álvaro Gómez Hurtado, desde el año anterior cuando yo había entrado a un colegio de curas –el Instituto del Carmen de los Maristas- mi abuelo decidió reforzar su plan de adoctrinamiento, no fuera que su nieto mayor con el título de Bachiller recibiera también el grado de godo.

Salíamos del colegio a la 1:30 de la tarde y teníamos que esperar media hora más a que llegara la camioneta del señor Rojas, que también repartía a las niñas del Carmelo, o del Teresiano o de quien sabe qué otro colegio femenino. El camino era largo y culebrero: Penagos en Colseguros de la 26, Pinilla en El Recuerdo, Bastidas en Antonio Nariño, los Torres en Puente Aranda, los Palacios Avila en Marsella, Wilson Ordoñez, Juan Carlos Ramirez y los Cursi en Las Americas, los Durán y los Acosta en Castilla, Victor Hugo en Bavaria, el Gordo Carrillo y Guden Gutierrez en Mandalay, los Tellez en la Super 2, los Prieto y los Acero en Casablanca y por fín yo en la Super 7.

Pero lo peor no era viajar apachurrado en una camioneta Ford sesenta y pico, ni los apodos que nos ponía el señor Rojas, ni el olor a comida revenida que exudaban las loncheras, lo peor fue haberme perdido los partidos de la fase inicial porque la ruta se demoraba una hora y media en el mejor de los casos.

Pero era junio y llegaban las vacaciones de mitad de año, lo que en teoría me permitiría ver el resto del Mundial, pero no, no fue así, porque mi mamá tuvo la genial idea de pasar vacaciones en un hotel campestre de Tocaima donde no llegaba todavía ningún canal de televisión.

Alcanzó a pasar por mí la ilusión de vivir ese mundial como yo vivía los domingos por la tarde cuando jugaba Santafecito Lindo fuera de Bogotá: a punta de radio. Pero lo impidieron dos ex futbolistas: Elio Roca y Julio Iglesias, quienes habían secuestrado el criterio musical de mi madre y acaparaban la radio-grabadora JVC que mi tío Carlos nos había traído desde el mismísimo Japón.

Pedí permiso para irme a la finca de al lado a oir los partidos pero tampoco se pudo porque según mi mamá era señal de muy mala educación dejar sola a la sobrinita de Graciela, su mejor amiga. ¿Qué tal que se ahogue en la piscina?, ¿Qué se pierda en el monte?, ¿Qué la atropelle un carro en la carretera?. Mi mamá nunca supo la suerte tan verraca que tuvo esa vergaja china.

Hasta que llegó el día más esperado, el día de salir de ese infierno. No era un día cualquiera, era el día de la final del Mundial, no era una hora al azar, era la hora del partido, la hora de ir dentro y ascender a la fría Sabana zigzagueando dentro de un bus de la Flota Santa Fé, era una señal, un designio divino. Fútbol, Santa Fé, radio, Radio Santa Fé: El radio del bus estaba dañado.




México 1970

dimecres, de juliol 05, 2006

Yo fui Pelé, Tostao, Jairzinho y Felix, al mismo tiempo que Beto era Rivelino, Tostao, Carlos Alberto y Pelé en las infinitas finales Brasil contra Brasil jugadas en portal del Bloque 35 de la supermanzana 7 de Ciudad Kennedy en Bogotá.

Todavía debe retumbar el inoportuno grito de ¡Mauuurooo!, que profería mi mamá desde la ventana del tercer piso. En realidad, no era uno solo, tantos eran y tan fuertes que los vecinos se convencieron que Retiz era un apellido de origen italiano.

Recuerdo que en 1970 sucedieron muchas cosas: Entré a kinder en el Colegio Cooperativo Dagoberto Mejía, se murió mi abuela Memita, supe dónde quedaba Japón porque mi abuelo me lo mostró orgulloso en su nuevo Atlas Glorier, se casó mi tío Carlos con Martha Salazar y yo fui su fotogénico Paje, el domingo de elecciones presidenciales no pude ponerme mi camisa preferida –azul, blanco y rojo a rayas verticales- porque mi abuelo, Liberal de toda la vida, no quería que nos tomaran por Anapistas.

Además del Mundial, fue un año de muchas primeras veces, mi primer viaje a Villa de Leyva, mi primer partido de fútbol en el Campín -un clásico al que me llevó mi tío Jaime y que ganó Santafecito Lindo-, mi primera trasquilada, mi primer show autoerótico frente al espejo, mi primer kimono de seda original, mi primer chaleco de terciopelo violeta... Afortunadamente hay cosas que solo pasan una vez en la vida.

Del mundial tengo imágenes desperdigadas, que no sé muy bien si son producto de la transmisión en directo o elaboraciones posteriores gracias al video tape: El famoso gol de Carlos Alberto entrando como un fantasma por la punta derecha a pase al vacío de Pelé, el jijueldiablo como exclamación incrédula de mi tío Efraín, la celebración de Tostao -¿?- deslizándose de rodillas sobre el césped y que en mis años de estudiante de cine relacioné con el mosaico de Jesucristo en el frontis de la capilla de la Universidad Nacional.

Y ahora mientras exorcizo en este blog los recuerdos de un pasado feliz, me llega la imagen del muñequito de goma con sombrero amarillo, camiseta verde, y un balón bajo su pie que era la mascota del Mundial de México 70 y que alguno de mis tíos me regaló.

Detrás de ella vienen en cascada: la camiseta del Santa Fé, los guayos negros con tacos de madera, mi redecilla, el balón de cuero... A pesar de mi temprana afición por el fútbol yo de grande no quería ser ni Pelé, ni Rivelino, ni Tostao, ni Jairzinho ni Felix, quería trabajar en un circo. No puedo negar que la vida me ha dado todo lo que he pedido e incluso más, hasta he llegado a ser el dueño.