Tercer junio

dilluns, de juny 06, 2005



Él había pedido la tarde libre de ese viernes para viajar con tranquilidad, la ocasión lo ameritaba, pero la tradición lo contradecía. Acepto la oferta que le hicieron para hacer una entrada triunfal por la Diagonal barcelonesa en un descapotable con rubia al volante, boleros a todo timbal y equivocas miradas que destilaban envidia.

A la una de la tarde él ya había ido a su piso, armado una escueta maleta, posteado en un ciber-café y, ya había llamado por su móvil a la compañía de taxis para desplazarse al aeropuerto El Prat. La cita era a las 4 p.m. en destino y mediaba una hora de vuelo.

Durante el viaje en el taxi aprovechó para llamar a Madrid y confirmar la cita por un lado, y para cancelar sus últimos compromisos en Barcelona sin ceder a la curiosidad de sus interlocutores por el otro.

Se le veía meditabundo, ido, como si estuviese en otra galaxia, al parecer esa era la forma en que reflejaba la profunda excitación, pero en realidad, para quienes lo conocen bien, esa es la forma de reflejar cualquier estado de ánimo.

Era la 1:30 cuando llegó a la Terminal C. Con impaciencia pagó el taxi con su tarjeta de crédito y de forma precipitada salió corriendo para no perder el vuelo que le llevaría a Madrid, a un lejano y extraño Madrid que se desdibujaba ya como un simple lugar de paso entre sus dos hogares.

Un par de segundos después de llegar a la máquina de venta automática de tiquetes aéreos empezó una coreografía que ya le ha hecho famoso en tres continentes: primero una mano a la nalga derecha, luego la otra a la nalga izquierda, después mano adelante a la derecha, fuerte giro cenital de su cabeza e imprecación celestial; mano adelante a la izquierda, mano derecha al corazón, maldición, giro semi-circular, ojos desorbitados, grito desesperado: Taxiiii!!!. Estampida.

El taxi ya no estaba. Ya fuera de la terminal, ante la mirada atónita de la concurrencia repite el mismo paso, una, dos, tres veces, cada vez con un deje más angustioso, que culmina con el contraste de un resoplido de resignación al mejor estilo de Katty Chamorro, su antigua maestra de Danza Contemporánea discípula de la mismísima Katherine Dunham.

Sin dinero, sin teléfono, esto parece un deja-vu'go... ¡Continuará!


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