HIS TOrY

Cordada en El Tolima (III)

dimecres, de setembre 22, 2004



Llueve de nuevo. Las gotas caen pesadamente. No se ve nada, solo se presiente la densa neblina. No puedo dejar de hablar. No puedo dormirme.

-¿Cuanto hace falta para amanecer?. Poco, debe faltar poco. ¿Cuándo escampará?. Apenas salga el sol. ¿Y cuándo bajaremos? Apenas escampe, y si escampa ya, bajamos ya porque no demora en amanecer.

Dejó de llover, pero no de tronar. En la penumbra El Negro seguía soportando con estoico silencio el dolor, el frío y el cansancio, mientras yo preparaba un solo morral con la carpa, algo de comida y ropa seca previendo que a medio camino se desgajara otra vez a llover o que quedaramos atrapados en la traicionera neblina.

Con el El Negro a cuestas empecé a bajar con cuidado, arrastrando el morral. Seguía tronando, me faltaba el aire. Paramos. Seguimos, El Negro ahogaba sus quejas con monosilabos. Yo trato de adivinar la roca, de presentir el páramo, pero la neblina jugaba con el camino. De pronto oigo



Amanece.
Es un nuevo dia.
Un dia lleno de retos,
Un dia para descubrir el sabor de la aventura, para descubrir el mundo.

Venga al sabor, Venga al mundo Marlboro


Son ellos. Erguidos en sus caballos van subiendo al galope, y fumando. Los cuento, son cinco. Grito, corro, tropiezo, caemos, El Negro me perdona el madrazo, él también los vé. Son ellos, estamos salvados.

Los niños junto al fogón de leña miran a El Negro con detenimiento, como si fuera un resucitado. Y lo es, el caldo de papa, la aguadepanela, la arepa y el cariño de esta familia obran milagros.

Fueron cuatro días con sus noches en la Casa del Collado. Días de cancina lluvia, cotidianos oficios y lento fogón; noches de historias de colonización y de destierro, noches de radio, de rancheras, de carrilera, de canciones dedicadas que tejían amores entre semana para destejerlos el día del mercado.

Después de seis horas de bestia, de páramo y frailejón, de sortear precipicios, de bosque húmedo y quiches, de atravezar rios y cañadas, de bosque tropical y platanales, de valle y Palmas de Cera, cuando el peligro era un recuerdo doloroso, pero recuerdo al fin y al cabo, la bestia de El Negro se desboca al llegar a Salento.

Atraviesa a galope tendido el pueblo hasta ir a parar con su dolorida alegría en una cerca de alambre de púas. Su pasajero llega un poco más allá y se rompe la lengua. Es el fin del camino, han sido ocho días de vértigo, hay que llamar a casa y dar parte de normalidad.

- ¿Alo?, ¿Doña Cristina?. ¿Como va todo por allá?
-
- ¿El Negro?
-
- Ahhh!, El Negro... No pasa nada. Tranquila. Déjeme yo le cuento...
-
- ...El Negro está bien, tranquila, solo tiene unos rasguñitos provocados por una bestia, una pendejada que ni siquiera será página interior de El Espacio.

Valle de Cocora.
Valle de Cocora. Quindio, Colombia


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